El 2022 fue el año de la resiliencia para la industria energética. La guerra entre Rusia y Ucrania, la estrechez hídrica, que con el tiempo se ha ido convirtiendo en estructural, sumado a otros hechos a nivel nacional e internacional, hicieron de la incertidumbre y el cambio, factores a los que debimos -y deberemos- acostumbrarnos.
A pesar de lo anterior, trabajamos día a día para cumplir con nuestro propósito de acelerar la transición hacia una economía neutra en carbono, iniciativa de la que hemos sido pioneros y referentes a nivel nacional. Esto ha ido acompañado desde su génesis de un proceso abierto, dialogante y participativo con los distintos actores involucrados a través de un Plan de Transición Justa, que ha tenido como eje de trabajo el empleo y la capacitación, así como el desarrollo local y territorial, el medioambiente y la salud. Este Plan ha sido incluso ampliamente destacado por autoridades del país y distintos actores de la comunidad.
Pero la descarbonización no solo ha tenido que enfrentar las variables externas, sino que también factores internos que están cambiando las condiciones, los plazos y los costos previstos para esta transformación. Entre ellos está la expansión del sistema de transmisión, que va a un ritmo más lento que los proyectos renovables y, como consecuencia, ya se están observando momentos de alta congestión. Al punto anterior, se suman algunas políticas públicas como es el caso del Mecanismo de Estabilización de Precios (PEC1 y PEC2), que aún no ha sido implementado en su totalidad, y que ha introducido costos impredecibles y significativos en la liquidez de las compañías.
Junto con hacer frente a estos desafíos y las dificultades, hemos ido avanzando a paso firme en nuestro plan de descarbonización. Redujimos en un 34% nuestras emisiones directas de carbono respecto de 2021, desconectamos la última unidad a carbón en Tocopilla y en paralelo añadimos más de 300 MW a nuestra capacidad instalada de renovables. A eso se agregan importantes hitos, como la construcción de un sistema de almacenamiento de energía con baterías (BESS Coya), uno de los más grandes de América Latina. Además, del inicio de la operación comercial del Parque Solar Coya (180 MW), el Parque Solar Capricornio (88 MW) y la compra del Parque Eólico San Pedro en Chiloé (101 MW) con la opción de incorporar 151 MW adicionales).
A lo anterior se suma el anuncio realizado desde el Grupo ENGIE, comprometiendo una inversión de cerca de US$ 1.800 millones en energías renovables para los próximos tres años y dando cuenta de que somos un país estratégico para el grupo. “Tener éxito en Chile es una prueba de lo que se puede hacer a escala mundial”, expresó hace algunos días Catherine MacGregor, CEO a nivel mundial.
Transformar la matriz energética no se trata sólo de desconectar unidades a carbón y generar fuentes de energía verde. En esto las nuevas tecnologías, la innovación y la digitalización juegan un rol fundamental. Por ello estamos desarrollando proyectos de sistemas de almacenamiento (BESS), así como también de hidrógeno verde y avanzando en iniciativas en transmisión que le den soporte a todo a ese proceso.
Sabemos que el desafío que nos impusimos como compañía va mucho más allá de la industria en general. Hoy estamos en un plan de transformación, no sólo desde el punto de vista de la energía, sino que también de nuestra organización, poniendo en el centro temas como el reclutamiento de mujeres en posiciones de liderazgo y seguridad laboral.
Más allá de los resultados, de lo operacional y de lo somos como empresa en este país, queremos generar un cambio cultural y de concientización en torno a las energías renovables. Ese es nuestro espíritu y nuestra meta: impactar en lo que hacemos y en cómo lo hacemos, para seguir liderando la transición energética.
Pablo Villarino, Gerente Corporativo de Asuntos Corporativos de ENGIE Chile.